Después del paso del Huracán Patricia —uno de los más fuertes que nos ha tocado vivir en Colima y que afortunadamente no causó pérdidas lamentables— salió el sol en nuestra tierra. Una consecuencia positiva de este meteoro fue la intensa cantidad de agua que descargó en el pueblo. Esto no sólo favoreció a los cultivos de temporal, sino que también ocasionó que los afluentes de arroyos cercanos como El Naranjito y El Salto lucieran llenos de agua.
Viendo esto, mi hermano Saúl, Domingo —uno de mis mejores amigos— y un servidor decidimos aventurarnos hacia la grandiosa cascada de El Salto de Tepames. Habíamos pensado ir a Las Pilitas, otro lugar icónico de nuestro pueblo, pero descartamos la idea porque al ser un lugar cercano normalmente se encuentra concurrido cuando lleva agua. Así, sin pensarlo mucho y creyendo que no había gente por lo apartado del lugar, a eso de las 10 de la mañana partimos armados con la cámara de mano, el drone, un bote de agua y un machete. Saliendo desde la orilla del pueblo la travesía es de cuarenta minutos aproximadamente aunque, dependiendo del estado del camino, puede aumentar.
Nuestra aventura comenzó cuando llegamos a la colonia Las Brisas del Salto. Entre recuerdos de cuando solíamos ir a El Salto después de la secundaria, caminamos por una brecha hasta llegar al rancho de “Don Berna” y después de encontrar solamente presencia canina, de esa que nomás ladra pero no muerde, llenos de asombro contemplamos por primera vez el caudaloso arroyo que viene de la cascada. Allí hicimos una breve parada ya que nos encontramos una pequeña tortuga de río de las cuales tenia “años” sin ver. Al cruzar el arroyo nos dimos cuenta de que el agua estaba muy fría y, así sin más, nos adrentramos a la espesa vegetación de El Salto.
A partir de este punto el camino se convierte en una vereda rodeada de naturaleza, sonidos de aves, grillos, chicharras, toda una experiencia envolvente y tranquilizante. De cuando en cuando nos encontrábamos algún obstáculo como árboles o ramas en el camino, nada que no se pudiera sortear. Sin muchos contratiempos llegamos a las faldas del cerro que está justo enfrente de la imponente cascada, lugar perfecto para volar el drone y capturar el momento desde una vista aérea. Aunque ya había ido a El Salto en muchas ocasiones, quedé impresionado por la grandeza de la naturaleza pues nunca lo había visto desde arriba.
Sorprendidos con lo anterior, continuamos nuestros últimos metros (los más difíciles) con muchas ansias. Al ir acercándose, la vereda comienza a desaparecer y en su lugar uno va haciéndose su propio camino, comienzas a mojarte más los pies pues tienes que cruzar varias veces el arroyo que baja del cerro. Ya estábamos comenzando a cansarnos cuando por fin llegamos a los pies de la majestuosa cascada. Después de un rato de contemplar todo el paisaje nos dimos cuenta de que el lugar por donde normalmente se sube para llegar al pie de la cascada estaba bloqueado por un poderoso flujo de agua. Todo el ambiente estaba muy húmedo debido al clima tropical y la intensa brisa proveniente de la cascada. Nunca en mi vida había visto tanta agua en este lugar, sólo podía imaginarme cómo estuvo en sus momentos de mayor afluencia durante el huracán. Comenzamos a analizar opciones para subir por otro camino y optamos por seguir por una ladera del cerro bastante empinada y lodosa. Fue todo un calvario subir por ahí, tuvimos que dejar casi todas las cosas abajo confiando en que nadie llegaría de improvisto. No nos imaginábamos cómo bajaríamos por el mismo camino, nuestra preocupación era subir hasta la cascada. Creo que en esta subida agotamos más energía que en todo lo que llevábamos de camino.
Los esfuerzos rindieron sus frutos cuando por fin llegamos al estanque que se encuentra justo debajo de la caída de agua, la cual consistía en dos brazos de agua que bajaban por la peña del cerro, uno más grande que el otro. Disfrutamos una media hora viendo la cascada, aunque no nos bañamos por la baja temperatura del agua. Entre fotos “para el recuerdo” y un merecido descanso comenzamos a pensar en el viaje de vuelta. Mi amigo Domingo —al cual normalmente llamo Mingo— encontró otro camino para bajar, que, aunque estaba lleno de espinas, fue mucho más fácil de seguir y, sobre todo, más seguro.
El camino de vuelta fue mas tranquilo. Estábamos ya cansados y ampollados. Seguimos de largo el mismo camino hasta toparnos con la primera calle de Tepames. Felices de estar de vuelta y muy agotados, seguimos por las calles para adentrarnos en el pueblo. Al llegar a la esquina donde se ubica la tienda de Felipe Farías nos separamos cada quién rumbo a su casa, quedando la promesa en el aire de que nos reuniríamos después para ir hacia una nueva aventura.